Cuando en el año 2016 vi la película Room (La habitación) dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson y protagonizada por Jacob Tremblay y Brie Larsson, ganadora del Óscar a mejor actriz protagonista por esta obra, no era consciente que años después al revisionarla, iba a sentir emociones tan diferentes que te voy a detallar a continuación.

Encerrado entre algo más de cuatro paredes y viendo el cielo a través de una ventana más de lo que me gustaría, pasan los días. Animado y con sensación magnánima, en la reclusión individual encontraremos el beneficio colectivo, la cultura ataviada de todas su formas me lleva a pasear. Qué suerte, la nuestra, de poder tener a nuestro alcance las llaves de casi todas las puertas, pero caprichosos siempre ansiamos aquello que no podemos asir.

Desprovisto de libertad, siento el desconsuelo, el barco campea el temporal, pero la tormenta va de paso, casi dibuja en el horizonte siluetas que rompen su monotonía. El preso tiene en su condena su salvación, su cuenta atrás para volver a ser libre, pero qué pasaría si no hubiera día señalado para el regreso.

Encerrada desde hace 7 años y con un hijo a punto de cumplir 5 fruto de la agresión sexual diaria de su secuestrador, vive Ma (Brie Larsson). No conoce la clave para poder salir y en su docilidad está su sustento y el de Jack, niño que no conoce el mundo exterior. Ma se las ha ingeniado para que Jack no sufra el crujir agobiante del tiempo, la presión irremediable de la incertidumbre, para él, el mundo es la habitación.

«Yo podría vivir encerrado en una cáscara de nuez y considerarme el rey del espacio infinito». dijo Hamlet, el inolvidable personaje de Shakespeare. Construimos nuestra realidad con lo que pensamos que es, fantaseando e inventando el espacio exterior, esa es nuestra esencia más primigenia.

El día del quinto aniversario de Jack, Ma no tiene velas para que su hijo sople, pero encuentra el barco que puede poner rumbo hacia su libertad. En este viaje por encontrar la clave, hallamos un metraje que nos muestra desde el punto de vista de un niño, cómo es la vida y cómo se va abriendo paso hasta eclosionar. No cae en resoluciones manidas, ni estereotipadas (demasiado fácil hubiera sido centrarse en las agresiones y en darle fin a esa mente perversa como culmen), enseña la adaptación al mundo de un niño, que se siente advenedizo y mudo encuentra las palabras para reconfigurar su cerebro amurallado.

La televisión que mostraba la vida saturada de falsa realidad, ahora quiere hacer caja con el caso, porque siempre hay una oportunidad para, como escarabajo pelotero, conseguir rédito de las desgracias. Sigo hablando de la película, aunque por momentos pareciera que grito desde mi habitación.

Desde mi habitación veo Room de nuevo, añorando un paseo peripatético, el sentir frío por la brisa del caminante sin prisa y la melodía del traqueteo de la maleta rebosante de sueños. Queda poco, pero mientras llega, intentaré construir nuevos habitáculos en mi cabeza, que me permitan ver aquello que está, más allá del primer impulso.

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