No importa el tiempo que haya transcurrido desde la concepción de una historia si lleva el conservante mágico que la encapsula sin límites de caducidad. En este artículo quiero hablaros de cómo vencer al bien más valioso, al que no se puede comprar. Para ello voy a apoyarme en lo que me ha suscitado la revisión de una película como Atrapado en el tiempo y de la marcha de uno de los más prolíficos compositores.

Ennio Morricone nos deja y con él tras de sí un legado que lo mantendrá sempiterno, al haberse adentrado en el ámbar que lo impregnará por siempre de eternidad. Cuando tu relato, el de tu vida o el de tus vidas imaginadas traspasa las fronteras de algún corazón ignoto, te sientas en la mesa de las musas, aunque solo sea por un segundo.

El tiempo erosiona, encorseta y borra, pero también encuadra, impulsa y eterniza. Nosotros, oriundos de un Planeta con ganas de divorcio, necesitamos medir los amaneceres y partidas del Sol para saber cuánto nos queda. Nos gusta pensar que no vivimos como Bill Murray el mismo día sin descanso, porque para ello, inventamos los nombres de la semana, de los meses y de las estaciones, año tras daño. Abstraídos por el concepto tiempo, agendados en un lunes perpetuo, caminamos presos y apaciguados por la acera de la rutina.

¿Cuándo dejamos de fabricar nuevos recuerdos y solo nos limitamos a recordar los ya vividos secuestrados por la insolente nostalgia?

¿Cuándo llega el momento en el que dejamos de mirar a las estrellas con la escafandra preparada para la conquista?

El tic tac del cuco nos amansa y marca las pautas de nuestra historia. Juan Ramón Jiménez escribía siempre por el otro lado del papel pautado, atisbando el resultado si se dejaba llevar, contar lo que ya se había contado, caminar por las huellas de otros y así ser devorado por el reloj de arena.

Cuando dejas de lado la presión del calendario y surcas por el mar de los sueños, aquellos que te dejan estampada en la cara la sonrisa indeleble, has conseguido arañar al dios Cronos. No rehuyas del compás de sus agujas, es necesario saber que somos finitos, solo así dejaremos a un lado la desidia.

Nacer, crecer, hacer, creer, errar y volver a empezar.

No reposes tus metas en los selfies cargados de filtros fingidos, no quieras emular a Erostrato y si tienes que llegar hazlo como consecuencia de tu talento. Lento, desesperante y frágil vive, siempre lo has tenido.

Los maestros del tiempo tienen su mochila cargada de paciencia, el camino es sinuoso, pero está cargado de vida.

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